No sabía
qué ponerme, ni cómo dejarme el pelo, ni qué cartera llevar. Estaba nerviosa.
Le conté a unas amigas que me encontraba con Demetrio y se me cagaron de risas
y me dijeron: -No podes boluda! Hacelo gastar, por viejo verde! Jajaja –
Llegué
tarde (como suelo llegar a todas partes) y él estaba parado en la puerta del
shopping, esperándome.
En mi “hola,
cómo te va?” creo que se me notaron mis nervios, es probable que también me
haya puesto colorada, porque yo soy de esas personas que por más técnicas de
respiración que intenten se ponen coloradas igual.
Él estaba
vestido como si tuviera diez años menos de los que su DNI decía: una remera
negra de los Guns and Roses, una bermuda color beige de gabardina y en los pies
no me acuerdo. Pero pensé de inmediato que la remera no combinaba con sus
canas, y que además de ser su amiga también podría ser su asesora de imagen.
Caminamos
en dirección a la cafetería mientras hablábamos banalidades para romper el
hielo.
Al lado
de la cafetería se encuentra el supermercado y me pidió que lo acompañe a hacer
unas compras y accedí. Posterior a eso fuimos a tomar una coca.
Hablamos
de todo un poco. Él me contó sobre su trabajo, su vida en general, su
experiencia con la terapia psicológica, tiene dos perros que son pareja, tiene
un campo con arándanos, le gusta la música de Alejandro Lerner desde que se ganó
un casette de dicho cantante en una rifa, practica artes marciales y tiene un
cinturón de un color que no recuerdo. Es peronista, es hincha de Atlético, hizo
un curso de inglés en Aticana y sacó el mejor promedio, está aprendiendo a
manejar Facebook, cuando ríe la cara se le arruga mucho, y dice que le gusta el
helado pero intuyo que no tanto como a mi.
No
vayan a creer que yo no hablé nada, al contrario, ahora me doy cuenta que hablé
más de lo que convenía.
En pocas
horas Demetrio se había enterado, por culpa de mi lengua floja, básicamente
toda mi vida: que tengo mis viejos separados, dónde vive cada uno, que cumplo
años al día siguiente de su hija, que todo me da fiaca, qué y dónde estudio, de
qué colegio egresé en el secundario, a dónde me gusta salir a bailar, que
trabajo animando fiestas infantiles, que tuve un pasado de anoréxica, que ahora
estoy bien, y que amo el helado, dormir la siesta, las redes sociales, la música,
los tatuajes, el verano, leer, escribir, actuar, soñar despierta, y como broche
de oro: que antes me enamoré de un pelotudo que responde al nombre de Melino.
Hubo
buena onda, me sentí bien, me sentí cómoda y a gusto.
Yo
pensaba que por ser lunes a la tarde en un shopping no podía encontrarme con
nadie conocido pero, error. Me topé de frente con una amiga, a quien saludé lo
más bien y morí de la risa cuando me dijo “que copada la remera de tu viejo!”,
pero dejé las explicaciones para otro momento.
Demetrio
ofreció llevarme hasta mi casa mi casa pero no quise, de maricona vergonzosa. Más
que eso fue por temor a que justo mi vieja me vea bajar del auto de un señor de
40 años, ¿cómo le hacía entender que era
mi amigo? Así que solamente acepté que me acerque hasta la parada del
colectivo. Nos despedimos dejando abierta la posibilidad de un nuevo encuentro.
Cuando llegué
a mi casa le envié un mensaje de texto: “ya llegué a mi casa. Besos”, tal como él
me lo había pedido para quedarse tranquilo, la típica.
De manera
inmediata respondió mi sms: “ yo también ya estoy en casa. Me encantó verte,
sos muy interesante por dentro y por fuera, sos divina! Cuando quieras vamos al
cine o te invito a comer, aunque no parezca cocino rico jaja”
“Me
encantaría, porqué no? Hasta mañana!” Le contesté haciéndome la exquisita.
Y debo
admitir que aquella noche me dormí después de suspirar, con el celular en el
pecho y una sonrisa dibujada en mi interior.
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